España va a ser testigo de la quinta moción de censura de la actual etapa democrática. Desde que Felipe González se atreviera a desafiar, en mayo de 1980, al hasta entonces intocable Adolfo Suárez, media decena de procesos de retirada de confianza al jefe del Ejecutivo se han sucedido en este país. Solo uno, el último de ellos —el de Sánchez a Rajoy—, prosperó en su objetivo último de alcanzar la Moncloa.
Sin embargo, aunque varios de estos se sabía de antemano que estaban destinados al fracaso, el movimiento perseguía algún fin. La del mismo González a Suárez sirvió para debilitar al líder de UCD —un año antes de su dimisión— y consolidar al socialista, a ojos de la nación, como la figura política que después ostentaría durante 14 años el poder.
La de Hernández-Mancha, en el 87, para saber que aquella derecha, aún con demasiados complejos y lastres franquistas, debía regenerarse para ser alternativa de gobierno —dos años después Aznar tomó el control del PP— . La de Pablo Iglesias, en 2017, para intentar retratar al PSOE. Y la de Sánchez, un año después, sin que su propio partido estuviera convencido de ella, para colmar las ansias de poder de un líder que tuvo que tragarse muchas de sus palabras para ser jefe del Ejecutivo.
Esta moción de Vox, por el contrario, es toda una incógnita. No tiene ninguna posibilidad aritmética de salir adelante. Ni si quiera la presenta el teórico líder de la Oposición. Entonces, ¿qué función puede tener esta operación? Pues la de censurar. Pero no al jefe del Gobierno; sino, precisamente, al de la Oposición.
La Constitución consagra en su artículo 113 que “El Congreso de los Diputados puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría absoluta de la moción de censura”, así como que “La moción de censura […] habrá de incluir un candidato a la Presidencia del Gobierno”; es decir, ha de ser constructiva. Se censura a un presidente, pero se debe poner a otro.
Si el Partido Popular mostrara su apoyo favorable en la votación implicaría también que diera su visto bueno a que Santiago Abascal fuera el nuevo inquilino de La Moncloa. Y en un momento de tanta tensión política y lucha encarnizada por el liderazgo de la derecha, hasta hace dos años incuestionable para el PP, un movimiento así desgastaría en exceso a Pablo Casado de cara a la nación. Además del chaparrón, aunque este no le debilitaría tanto ante su electorado, que le caería desde el Gobierno por volver a “pactar con la ultraderecha”.
No obstante, abstenerse o votar en contra de la moción también supone un arma de doble filo, precisamente ante sus potenciales votantes. Significaría contribuir, directamente o indirectamente, a mantener en el poder a aquellos que, según asevera el propio Partido Popular, han llevado “la ruina a este país”, lo que puede ser utilizado por Vox para en un hipotético horizonte electoral.
Pablo Casado, que, como ha informado El Mundo, ya ha filtrado que rebatirá a Abascal durante la sesión, ha deslizado el voto en contra de la formación que comanda, advirtiendo aquello de que “los números no dan” y que “sólo sirve para reforzar a Pedro Sánchez”. “Nosotros estamos con la España real. No voy a dedicar ni un minuto a cuestiones que no importan a nadie y que no valen para nada”, resalta el líder popular para deslegitimar la posibilidad de que Abascal le tome la delantera. Probablemente porque Casado también esté pensando en repetir movimiento a corto-medio plazo.
En este sentido, Cayetana Álvarez de Toledo, defenestrada por el propio Casado de la portavocía en el Congreso, en su canal de YouTube, ha recordado que “la inevitable derrota numérica de la moción creo que no es argumento suficiente para rechazarla. […] Inhabilitaría al PP para presentar su propia moción de censura en lo que queda de legislatura”. Más presión para el presidente del PP.
El Gobierno, en palabras de Ábalos, le exige al líder de la Oposición que “sea valiente y diga no a la extrema derecha”, con lo que se intuye que en el debate de la moción irán a por él; mientras que Espinosa de los Monteros asegura, en una entrevista en TVE, que “hay gente que quiere votar a favor de la moción de censura en casi todos los partidos. Otra cosa es que se atrevan”. Quizá Espinosa de los Monteros sepa algo que los demás ignoran en el seno popular, ya que Casado ha anunciado que no admitirá voto de conciencia para la elección del jueves, pero no es difícil predecir que probablemente volverán a recordárselo.
Hasta el propio Gabriel Rufián, no se sabe si compadeciéndose o también presionando al Partido Popular, vaticina que el PP hará del “papel del Cuco” en lo que define como “el estreno de Torrente 6” —otra expresión que añadir al argot rufianesco—.
Casado está en el punto de mira. Sus desastrosos resultados electorales —sólo le salvan los que le permitieron conseguir las comunidades de Madrid y Andalucía—, los peores del Partido Popular desde su refundación; los continuos cuestionamientos por parte de integrantes de su formación y la pujanza de Vox, que además siempre le gana cuando intenta competir con ellos en crispación, amenazan con convertir en breve su mandato al frente del partido mayoritario de la Oposición. Quizá esta sesión pueda ser la puntilla que lo incapacite definitivamente en la pugna por el electorado conservador.
La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934, los nazis llevaron a cabo uno de los episodios más siniestros del siglo XX cuando acometieron la caza, purga y asesinato de los rivales políticos que discutieran la supremacía y autoridad del régimen Nacionalsocialista.
Esta moción de censura no va a dejar bajas humanas —afortunadamente no vivimos en una tiranía totalitaria como la Alemania de los años 30–, pero sí puede arrojar cadáveres políticos. Y no precisamente de aquellos contra quienes oficialmente se presenta, sino por parte de los que momentáneamente ostentan en las urnas el liderazgo en la derecha. Habrá que esperar al próximo número de encuestas Tezanos para saber si esta podría ser la moción de los cuchillos largos.
Jefe de Opinión de EUSA News. Estudiante de Cuarto de Periodismo.