Opinión: Llámame intensa

Ocurre últimamente un fenómeno inquietante en el que, lejos de armar una palabra con el significado que merece, se patea, se le da la vuelta y se le cambia de valor. Es el caso de la palabra “intensa”, que hasta hace nada venía a ser sinónimo de “viva”, “fuerte” o “vehemente” y que, sin embargo, de la noche a la mañana, ya nadie quiere abanderar su significado. No queremos ser intensos, no queremos ser insultados.
Y es que, fue la semana pasada cuando se llenaban las redes sociales con esta palabra -casi palabrota ya-. Todo venía a raíz de un artículo publicado en El Diario cuyo titular rezaba: ‘Por qué “intensa” es el nuevo “histérica”‘. Este apuntaba que dicha palabra comenzaba a adquirir un matiz peyorativo nunca antes contemplado, el de ser una persona difícil o disruptiva, el de ser una persona que no se conforma y que muestra sus emociones tal y como las siente dentro. Y curiosamente, se trataba siempre la palabra en género femenino, porque el masculino, como ocurre a menudo en los entresijos de la lengua, mantiene aún el buen significado de antaño.
En unos tiempos en los que uno de los valores más sagrados es precisamente la falta de implicación con todo y para todo, que te llamen “intensa” es casi peor que que te llamen “maleducada”. Porque que no tengamos educación vale, pero que seamos intensos con lo que realmente nos apasiona es poco menos que un delito. Últimamente, está de moda ocultar nuestras expectativas y emociones, pues revelarlas demasiado pronto destruye ese falso misterio que nos hace a todos más atractivos. Ahora, quizás sin quererlo, somos todos partícipes del juego competitivo de “quién pasa más del otro”, en el que evidentemente gana quien muestre menos dependencia emocional -el interés y afecto ya es correr riesgos. Hoy, que te apasione cualquier cosa, que sepas más de la cuenta sobre un asunto o que te impliques demasiado con alguien o con algo, te hace sentir más débil que nunca. Porque ese entusiasmo o esa sensibilidad deja al descubierto que somos humanos.
Nunca una palabra que a priori resultaba halagadora, había adquirido semejante carga negativa. Pero por suerte más que por desgracia, dicen que la lengua es de quien la habla y que quien se pica, ajos come. Devolver a la palabra el significado que se merece está en nuestras manos, del mismo modo en el que lo está enorgullecerse con la cabeza bien alta de que te califiquen así. Queda declarado pues, un nuevo piropo: ser intensa es exprimir la vida y saber vivirla, tener los sentimientos y empatía a flor de piel, poner pasión a lo que haya porque no sabríamos hacerlo de otra forma, volver a ser niños. Oh, no ser intensa es el insulto.

– Estudiante de Publicidad y RR.PP en Eusa.
– Escribiendo…