Ahí fuera hay una realidad que pasa desapercibida, y que muchos se niegan a comprender. La trata y la explotación sexual sigue siendo un problema a día de hoy, incluso a pesar del Covid.
Las principales víctimas son con diferencia mujeres y niñas entre 16 y 24 años, las más vulnerables y sufridoras del sistema patriarcal. Sobre todo, vienen de China, Europa del Este, África y Sudamérica.
Llegan a prostituirse por necesidades económicas, familias destructuradas, problemas de salud mental o a través de parejas tratantes. Se agrava la situación cuando la prostituta no conoce el idioma. En países como Nigeria, se hace uso del juju, un ritual vudú donde se las somete, sin saberlo, a un calvario. Muchas veces es la propia familia la que incita a la mujer, que acepta porque es una opción racionable y porque no son capaces de imaginar una vida en mejores condiciones.
Se las seduce con promesas de una vida mejor, donde viajarán a un país en el que ejercerán como cuidadoras de niños, ancianos o limpiando hogares. La realidad es muy diferente. Cuando llegan se les hace pagar una deuda impagable a través de la prostitución. Ésta va creciendo pues ellas mismas tienen que hacerse cargo de sus costes y de sus hijos. Entran en un ciclo vicioso del que es muy difícil salir.
Así acaban en nuestras carreteras, en clubs nocturnos y en pisos, en el que una madame las guiará y seguirá perpetuando el estado de pobreza y deshumanización al que se ven sometidas.
La sociedad ignora el problema. Los primeros, los hombres, pues ellos son los principales beneficiarios de la explotación sexual. Deben de existir, en primer lugar, una concienciación y empatía por parte de la población. Y, por otro lado, ayudas por parte de las instituciones para estas mujeres que, se muestran temerosas a denunciar su situación por medio a las represalias de los traficantes.
El número de prostitutas por cuenta propia es ínfimo. La mayoría de la oferta viene de estas mujeres en estado de vulnerabilidad. Una parte del feminismo defiende la abolición de la prostitución. Y éste debe ser el principal objetivo, abolirlo. Hay que dejar atrás el pensamiento regulacioncita que perpetúa el problema ya que no va a la raíz del problema.
Penalizar al putero, y no a la prostituta, que debe de estar protegida legalmente y socialmente en todo momento. Porque quién no pueda pagar a una prostituta de lujo, lo hará a una mujer de la calle. Y de ahí parte el problema. Todo apunta que no hay suficiente oferta de prostitutas por cuenta propia como para compensar la demanda existente. El feminismo debe ser abolicionista, o no será. No podemos desproteger e ignorar a estas mujeres y niñas prostituidas.
Estudiante de periodismo. Actualidad, moda y redes sociales.