Jorge y Elsa: cuando abandonamos a la tercera edad

Este matrimonio murió junto en una tarde de julio. Él asesinó a ella, antes de que entrara en un asilo. No querían morir separados tras toda una vida unidos
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Jorge y Elsa en sus últimos días de vida. Foto: La Tercera

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Llegan al final de su vida y esperan un desenlace tranquilo y feliz. Sin embargo, eso no ocurre en todos los casos. Esta historia no es más que el reflejo de una sociedad que aísla a aquel que ya no puede ofrecer lo mejor de sí mismo. Aquel que se ha desvivido por un país que ahora le da la espalda con sangre fría.

La historia nos lleva a enero de 2018, y nos presenta el drama de muchas personas mayores: la soledad que sienten o la carga que parecen creerse cuando la salud no les acompaña. El canal chileno TVN, de titularidad pública, presentó el relato de Jorge y Elsa. Ambos trazaron un plan para suicidarse, cuando él ya no podía cuidar de ella, impedida en una cama.

Todo acabó un día de julio, una tarde fría de sábado, cuando apretó el gatillo y asesinó a la que fue su esposa durante más de cincuenta años. Apuntó con la pistola a su mujer y luego se suicidó. Ella llegó en estado crítico al hospital, él falleció en el acto.

Un vecino escuchó los disparos pero no relacionó los hechos hasta que vio la llegada de ambulancias y Carabineros de Chile. La persona que dio la voz de alerta fue Denisse Gallardo, una paramédico que se había convertido en su ángel de la guarda desde unos meses antes, cuando en el marco de un programa estatal llegó al hogar de la pareja. Intentó que sus últimos meses de vida fueran los mejores: pasó con ellos las fiestas, le compró un árbol de navidad y conversó sobre los recuerdos.

Esos recuerdos comenzaron en las cercanías del Hipódromo en la década de los cincuenta. La vida unió a un taxista y una asesora del hogar, que se casaron en 1963. Vivieron en una casa junto a la Avenida Independencia, en la que convivían con talleres de coche.

Se sentían solos. No habían tenido hijos, tras un aborto que dejó una huella en Elsa y que se instaló como un tabú en la pareja. Solo recibían el apoyo familiar de un sobrino, que los visitaba de manera frecuente. En sus últimos días, Elsa le preguntaba a su marido si alguien más de la familia se había interesado por ellos. Jorge asentía pero mentía. Nadie les acompañó en sus últimos momentos.

Solo tenían la ayuda de Denisse, la paramédico que antes hemos mencionado. Ella acudía a la casa cada vez que ambos la necesitaban. Cuando se caía en el baño o cuando estaba dolorida, Denisse era la primera en acudir. De hecho, la mañana del suicidio desayunó con ellos y no advirtió nada extraño en la pareja. Solo la conversación, llena de recuerdos nostálgicos y de dolor por el presente que los calmantes no podían evitar.

La salud del matrimonio había sido normal hasta un par de años antes, cuando Elsa enfermó de un cáncer de colón que se ramificó, al que luego se sumó úlceras varicosas en las piernas. Además estaba desarrollando demencia senil y usaba pañales. Jorge había visto como su estado de salud se deterioraba. Desde hacía meses sufría una hernia lumbar que le impedía ponerse recto y desde hacía semanas una neumonía de la que no terminaba de recuperarse. Ninguno dormía por las noches, ella por un dolor que los calmantes no podían frenar y él por cuidarla.

El día de la muerte había estado concurrido en casa de los ancianos. Por la mañana había desayunado Denisse y a mediodía había ido a comer su sobrino. Era el día en el que iba a entrar en un asilo, que habían podido pagar con lo que recibían de pensión mientras vendían la casa. Ese viaje, que debería haber sido el día anterior, nunca ocurrió. Jorge no quería separarse de Elsa. Ambos fueron cremados juntos, y no se celebró funeral. Era lo que habían pedido. Decían que no querían seguir molestando tras fallecer. Solo pidieron que sus restos se esparcieran en los cerros de Colina.

En Chile, la tasa de suicidio entre personas mayores es bastante elevado. 13,6 casos en cada cien mil habitantes, la más alta de América Latina. La decisión suele ser tomada por ellos y en uno de cada cuatro casos, consiguen efectuar el suicidio.

Lo que apuntan los expertos es que prefieren morirse antes que sentirse una carga. No es miedo a la muerte, es miedo a vivir mal. Sin duda, debemos reflexionar sobre este caso, sobre cómo dos personas pueden llegar a esta situación. Estaban solos, se sentían solos y enfermos. Realmente, la sociedad está enferma por darle la espalda a quienes más lo necesitan.

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