A París con amor
Nada más pisar el aeropuerto de París (Beauvais, más económico que el principal) sabía que este viaje iba a merecer la pena. Llegamos a las doce de la noche y cuando íbamos en el taxi de camino al hotel, el taxista consiguió que olvidáramos el estrés de las maletas y las dos horas de avión cuando insertó en la radio el CD de la gran Edith Piaf y comenzó a sonar La vie en rose.
Elegimos el Grand hotel Turin de tres estrellas, económico y con un atención del personal excelente dispuestos a ayudarnos en todo momento. Es un edificio muy viejo como casi todos en París, pero muy bien mantenido. Respecto a su ubicación, no podría ser mejor. Se encuentra a pocos pasos de Montmatre y justo al lado del Moulin Rouge.
A la mañana siguiente fuimos a desayunar al Café des deux moulins, famoso por ser el escenario principal de la película Amelie. Se encuentra junto al barrio rojo de París, a tan solo cinco minutos del hotel por lo que asistimos el resto de nuestra instancia a desayunar allí un café y un buen croissant francés.
El barrio de Montmartre es uno de los más encantadores de París. En el se encuentra la Basílica del Sagrado Corazón, un templo, junto a uno de los miradores más bellos de la ciudad francesa. Por las estrechas callejuelas de este barrio se extienden varias obras de arte de algunos pintores.
Por la noche, sin lugar a duda, lo que mejor pudimos hacer fue subir a la Torre Eiffel, a las 21.00 horas nos dejamos seducir por el sorprendente alumbrado dorado y sus destellos. Y es que ofrece una vista impresionante de las luces de París desde lo más alto de la ciudad. La sensación que se siente es imposible explicarla con palabras, por lo que hay que estar allí para saberlo.
El día siguiente lo quisimos exprimir al máximo, así que desde bien temprano fuimos en primer lugar a Notre Dame, una de las catedrales francesas más antiguas, la cual es famosa por ser escenario de revueltas y manifestaciones del pueblo. Después visitamos el Museo del Louvre. Ninguno eramos muy fans de los museos, pero este era la excepción… Nadie puede irse de París sin ver La Mona Lisa de Da Vinci en persona y la famosa pirámide.
El Pantheón y la Opera fueron otro de los lugares que visitamos aquel día, para finalmente terminar descansando y disfrutando en los Jardínes de Luxemburgo, uno de los sitios más populares de la ciudad en el que hay un lugar de descanso después de pasear por toda la ciudad. Entre las numerosas estatuas y esculturas que se alojan en los jardines es posible encontrar centenares de sillas de metal en las que relajarse y disfrutar de la tranquilidad.
Nuestro último día en la ciudad del amor fue distinta. Dejamos de lado los monumentos y decidimos perdernos por sus calles y embriagarnos de sus casas antiguas, sus gentes, sus looks parisinos… Pasear por el Sena es también sin duda una de las mejores experiencias que tuve en esta gran ciudad: era verano y la gente estaba tumbada en bañador tomando el sol como si de una playa se tratase.
En general, uno de los mejores viajes que he hecho en mi vida en la que me he encontrado a gente fantástica dispuesta a ayudar en todo, por lo que esa fama de los franceses de ser bordes es para cuestionarla. Por otro lado, el metro de París es muy barato, aunque nosotros preferimos ir andando a los sitios y caminar por esas calles que se quedarán para siempre en nuestro recuerdo.