La Catedral de la Noche en Blanco

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La Catedral de Sevilla es una de las más grandes del mundo. En ella no sólo hay una variedad de tesoros infinitos, cuyo valor es incalculable, sino que además tiene una larga historia que pasa por varios estilos artísticos, desde el árabe hasta el gótico.

La cola para acceder a ella se alargó en torno a una hora, pasando por las siete puertas que posee. Lo más curioso no fue sólo la diversidad de personas que estaban presentes en la fila, sino la exposición de coches de finales de los cincuenta y principios de los setenta que circularon a su lado. Desfilaron por allí, los llamados seiscientos, y entre ellos un taxi de la época. Desde luego, era la noche perfecta para un contraste de distintas épocas que marcaron la historia no sólo de España, sino de la capital andaluza.

El recorrido comenzó por un pequeño pasadizo que hizo que todos los presentes se transportaran a otra época, ya fuera la de Fernando III, la de Alfonso X o incluso la de Pedro I de Castilla. Nada más entrar, se puede encontrar en el centro de la gran sala, el imponente altar mayor y su órgano que data del s.XX. Al pasear por su ala derecha se encontraba abierto un salón que normalmente permanece cerrado. ¡Y ahí estaba! El tesoro de la Catedral se abría paso entre grandes salones repletos de esculturas en todas sus paredes y techos. Había desde coronas y joyas con incrustaciones de piedras preciosas, hasta rosarios de oro plagados de pedrería. Sin duda, un tesoro de incalculable valor del que muchos sevillanos desconocían su existencia.

Desde allí, se observaba otra estancia que desprendía luz por sí sola. Una decena de fieles se encontraban postrados ante la atenta mirada de la patrona de los sevillanos, la Virgen de los Reyes. Ante ella se vislumbraba un espectacular ataúd, justo por encima del altar. En él se encuentran los restos mortales de Fernando III, quien mandó a construir la talla, tal y como él la había visto en sueños. En un primer momento era un regalo para su primo, el rey San Luis de Francia, lo que no sabía es que el regalo se lo estaba haciendo a toda la ciudad de Sevilla. Arrodilladas aparecían también las siluetas de los Reyes Católicos, la Reina Isabel a la derecha de la sala y el Rey Fernando en el lado izquierdo. Todo ello haciendo honor a la inscripción en latín que sobresale por encima de la talla de la Virgen: “Per me reges regnant”, cuya traducción significa: “Por mí reinan los reyes”.

Casi al final del recorrido, se encontraba la talla del ya conocido como “el niño mudito”, del que se dice que por las noches cuando los guardias hacen su vuelta rutinaria, se pone a cantar. Era tan pequeño que sus pies no llegaban a superar ni tan siquiera la palma de una mano. Tenía un color de piel blanquecino, los labios sellados y la mirada perdida hacia el fondo de la sala. Resulta tan curiosa la leyenda, que invita a contemplarlo detenidamente.

Rodeando todo el altar mayor se encontraba la cola para subir a la Giralda, lo único que queda en pie de la antigua mezquita musulmana de Sevilla. Estaba abarrotada, por lo que el personal de la Catedral tuvo que cortar el paso a todo aquel que pretendía subir, ya que ésta no tenía capacidad para tanta gente.

Muchos de los visitantes buscaron la salida apenándose por no haber podido contemplar la ciudad de noche, pero se toparon con un hermoso patio de estilo musulmán, el llamado “Patio de los Naranjos”. Desde allí contemplaron embobados como se erguía la Giralda sobre la ciudad de Sevilla. Se veía iluminada, impetuosa y a la vez preciosa. Desde su parte superior asomaban pequeñas cabecitas y flashes, que disfrutaban de la Noche en Blanco, mientras que otros se conformaban sólo con verla desde aquel hermoso patio. 

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