José Manuel Cruz Gómez: “Un buen capataz a veces hace más de psicólogo que de otra cosa”

Durante más de cuatro décadas, José Manuel Cruz Gómez ha sido el rostro y la voz del trabajo costalero en Huelva. Pionero en introducir una nueva forma de entender el esfuerzo y la devoción, ha hecho del costal un símbolo de compromiso, compañerismo y respeto. Su historia es también la historia de un modo de vida donde el sacrificio se convierte en orgullo.
0
47

Comparte la noticia

A finales de los años setenta, cuando el término “costalero” apenas se conocía en buena parte de Andalucía, un grupo de jóvenes encabezado por José Manuel Cruz decidió formarse para llevar a cabo una nueva manera de trabajar el paso. Sin grandes medios, con más pasión que recursos, buscaron aprender la técnica y la filosofía del costal. A través del contacto con costaleros de Huelva, comenzaron un aprendizaje exigente que pronto se convirtió en una escuela de valores.

Aquellos primeros ensayos eran un ejemplo de entrega. Durante horas, noche tras noche, se repetían movimientos, se ajustaban posturas, se corregían errores. El costal no era solo una prenda: era una herramienta que transformaba el esfuerzo físico en expresión colectiva. Cada levantá, cada zancada y cada cambio de paso implicaban coordinación, disciplina y confianza mutua.

José Manuel siempre ha entendido el costal como una técnica que se perfecciona con los años, pero también como una actitud ante el esfuerzo. La colocación correcta del costal, el equilibrio del peso, la importancia de la respiración o el ritmo acompasado del paso forman parte de un conocimiento que se transmite más por experiencia que por palabras. “Bajo un paso —ha dicho en más de una ocasión— no vale solo la fuerza, hay que tener cabeza. Hay que saber escuchar y pensar con el cuerpo”.

Su visión del trabajo costalero va más allá de lo físico. El costal no se aprende solo: se comparte. Cada ensayo se convierte en un espacio de aprendizaje colectivo donde la fuerza se une al compañerismo. La cuadrilla no es un grupo de cargadores, sino una familia que se forma bajo las trabajaderas.

Como capataz, José Manuel siempre defendió que la autoridad no se impone, se gana. La clave para mantener la unidad de un grupo tan amplio, según él, está en la empatía y la psicología. Conocer a las personas, entender sus momentos y saber cuándo apretar o cuándo apoyar son, a su juicio, las verdaderas herramientas del capataz. “El mundo del costal es muy complejo —explica—, y para manejarlo hay que ser un poco psicólogo. No basta con dar órdenes, hay que comprender a quien va debajo”.

Su manera de dirigir una cuadrilla siempre combinó firmeza y humanidad. Las órdenes eran claras, pero su tono, cercano. La disciplina era innegociable, pero nunca se perdió el sentido del respeto. Para José Manuel, la verdadera grandeza del capataz está en conseguir que cada costalero sienta que forma parte de algo que lo trasciende.

Más allá de la técnica, el costal ha sido para él una escuela de vida. Enseña a trabajar en equipo, a confiar en el compañero que tienes al lado, a sacrificarte por un bien común y a entender que el esfuerzo compartido tiene un valor que va más allá del resultado.
Bajo el costal se aprende a escuchar, a callar cuando toca, a empujar cuando el peso aprieta y a mantener la calma cuando el cuerpo se agota. No hay protagonismos, solo compromiso.

El sonido seco de la madera, el roce del costal en el cuello y el silencio previo a una levantá resumen una filosofía basada en la humildad. José Manuel siempre ha defendido que el costalero no busca ser visto, sino sentir. Lo importante no está fuera, sino dentro: en la unión de un grupo que se mueve al unísono, sin otra motivación que hacer las cosas bien.

Después de más de cuarenta años vinculado al mundo del costal, José Manuel Cruz Gómez decidió dejar el martillo con la tranquilidad de quien ha cumplido su misión. Lo hace sabiendo que deja detrás a generaciones formadas con rigor, con pasión y con respeto por la tradición del trabajo bien hecho.

El suyo no es un legado de nombres ni de reconocimientos, sino de ejemplos. De disciplina, de humildad y de amor por un oficio que solo entiende quien ha sentido el peso compartido de una trabajadera sobre los hombros.

Hoy, lejos del sonido de los martillos y de los ensayos interminables, José Manuel sigue viendo en el costal mucho más que una forma de cargar un paso: lo entiende como una manera de estar en el mundo, una ética basada en el esfuerzo colectivo.

Su nombre, asociado para siempre al origen del costal en Huelva, simboliza el espíritu de quienes levantan con el cuerpo, pero también con el alma. Porque el costal no se lleva solo en el cuello: se lleva en el corazón.

Comparte la noticia

Comments are closed.