Opinión: Ultraderecha, ¿la fe de la juventud?

En una época en la que las redes son un foro de opiniones, llenas de polarizaciones y extremos políticos, se ha puesto la lupa en los jóvenes, culpándolos de la radicalización de sus conductas. ¿Es esto una verdad novedosa o un comportamiento cíclico que se repite, cada cierto tiempo, en las juventudes españolas?
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Sí, soy joven, y no, no siento el flujo de información de ideología ultraderechista que los expertos y los medios afirman que existe en la red. Aun así, esta información es tangible, cualquiera puede respaldar su presencia en espacios como X, Instagram o Tiktok. Pero que exista no quiere significar que deba influir en todos, ni que sea algo de lo que alarmarse. 

El problema, desde mi perspectiva, es el desconocimiento del entorno político, la mala educación democrática y la ignorancia hacia los programas electorales. Lo cual se suma a un hermetismo al que las redes someten al individuo; mostrándole únicamente el contenido con el que es afín, o con el que más interactúa. Además, al ser estas mismas las que prometen un espacio de libertad de opinión y difusión, es alarmante que terminen fallando en su propósito original al convertirse en una herramienta que acaba por encerrar al usuario en una ideología. 

Es más, hay que recalcar que el simple hecho de la existencia de este debate hace alusión al desconocimiento del pasado reciente que hay en nuestro país (y en el mundo en general). Una amnesia que hace que problemas que se repiten con cierta periodicidad desaparezcan con el paso de los años y vuelvan a causar crispación en las mayorías que son incapaces de recordarlos. Siendo esta omisión —u olvido— del pretérito lo que hace que no se ponga el foco en el verdadero problema, sino que se reitere en una causa que ha sido anteriormente tratada de la misma forma que se hace en el presente: erróneamente.

 

Sentemos las bases, quien tiene una ideología transmitida en su educación familiar, suele mantenerla en su juventud, pero quien vive con ella, incluso suplantando su propia identidad por la que impone su ideología, está cayendo en un nefasto error que lo anula como persona; ninguna ideología cabe en un ser humano, por eso hay tantas (véase La rebelión de las Masas, José Ortega y Gasset, 1930).

Aun así, el problema del “ultraderechismo” actual no recae solo en aquellos que hacen de su personalidad una ideología, sino que sucede por un descontento con el gobierno —en este caso, de izquierdas—, que hace que la opinión pública se vuelva en contra del partido en el poder. Por ello, me reitero en que es un grave error perder la memoria con este caso, pues cuando, por ejemplo, falle el partido de gobierno que defienda la derecha ideológica, se dirá que la juventud sufre un preocupante ascenso de la izquierda más extrema. 

Solo hace falta tirar de hemeroteca para recordar las críticas a la figura de Mariano Rajoy cuando la crisis de 2008, y los posteriores recortes de Zapatero (con quien también hubieron críticas en favor del líder del PP), hicieron estragos en la economía de su partido, cavándose su tumba política con el caso Bárcenas, que daría paso al Partido Socialista nuevamente. Aún en mi niñez, recuerdo vídeos en YouTube (la red social por excelencia de aquel entonces) parodiando la figura del presidente del Partido Popular; los cuales carcomían la mente de cualquier consumidor joven —carente de conocimiento y crítica política—  de un ideal manchado por la negligencia histórica.

Algo similar ocurre ahora con el gobierno de Pedro Sánchez —errores de gestión de poder aparte—, y pongo la mano en el fuego, de que sucederá algo parecido con su sucesor. Este bipartidismo y esta opinión tan cambiante no se erradicará hasta que se suprima de la mente joven (y de la no tan joven) la opinión por voluntad y se cambie por una de contraste —entiéndase esta última como la opinión basada en el conocimiento y la crítica verificada—.

Tangiblemente hay un auge de jóvenes ultraderechistas en la actualidad —a la vista están los datos—, igual como existía mayoría de izquierdistas en las juventudes anteriores. Pero eso no es lo trascendente. Lo verdaderamente importante es la falta de perspectiva política —quizá hasta cultural— y, a raíz de ella, la abundancia de opiniones sin fundamento; que beben de las imprudencias ideológicas y de la crítica sencilla. Las masas cambian de opinión, pero los gobiernos siempre son los mismos, ¿no resulta esto una clara desviación del foco de interés?

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