El rostro del hambre
Son numerosos los diarios que llevan meses señalando la deleznable situación en la que se encuentra el Cuerno de África: eterna víctima de la precariedad. En países como Etiopía, Somalia o Kenia, los desafíos preexistentes de la pobreza y la desigualdad se han visto intensificados por los dramáticos factores climáticos, las plagas de langosta, la pandemia e incluso la guerra de Tigray – a pesar de que hace aproximadamente un mes, el gobierno de Abiy Ahmed decretó una “tregua humanitaria indefinida” con la que pretende garantizar el flujo de asistencia en el norte del país que preside -.
Adicionalmente y como último ingrediente de este pastel envenenado, las consecuencias de la guerra de Ucrania están agudizando aún más la catástrofe. Por una parte, a causa de la desviación de fondos para financiar el enfrentamiento contra Putin. Por otra, debido a la subida en el precio de los alimentos – considerando que países como Somalia o Etiopía dependen bastante del trigo procedente de naciones localizadas en la zona del Mar Negro -. De acuerdo con la ONU, ya ascienden a cuatro los millones de personas que sufren hambruna en estos países.
En esta ocasión y a juzgar por la insuficiencia de fondos destinados a la causa – dado que hasta el pasado enero, tan solo se había recibido menos del 4% de lo esperado -, el escenario que se prevé va a ser uno muy distinto al de los años de 2016 y 2017; cuando gracias a la toma de medidas preventivas, se logró reducir el impacto de una situación similar a la actual.
Sin embargo y a pesar de que el tiempo apremia, Michael Dunford, director regional de África Oriental del PMA, insiste en un mayor aporte de recursos por parte de la comunidad internacional, con el fin de evitar más estragos. Pues vivir constantemente bajo esta violenta inseguridad alimentaria, parece ser el único pan de cada día que tantos millones de personas tienen asegurado en esta zona del continente.
Si la escasez de lluvia se prolonga, los próximos seis meses amenazan con tener consecuencias devastadoras, especialmente para aquella sección de la población que subsiste con actividades agrarias – según apunta Chimimba David Phiri, coordinador subregional de la FAO para África Oriental -.
La tasa de desnutrición en dichas zonas aumenta a un ritmo exponencial, como diversas organizaciones vienen indicando desde hace meses. Es un hecho que las cifras son abrumadoras, por lo que quizá sea el momento de reorganizar nuestras prioridades y cuestionarnos nuestro sentido de la justicia en lo que a la distribución de fondos globales se refiere. A fin de cuentas, ¿quién considera verdaderamente oportuno desvestir un santo para vestir otro?

Estudiante de Periodismo, apasionada de los viajes y amante de las buenas historias