Algemesí tras la DANA: Solidaridad en medio del desastre

Martes, 29 de octubre, 21:00 horas. En medio de la oscuridad de la noche, un vecino de Algemesí, Valencia, relata cómo vio a un hombre cargando a su nieta en brazos y tratando de regresar a casa. Una súbita crecida de agua lo arrastró con fuerza imparable. Lo que parecía imposible se volvió real: una corriente arrasadora que sepultó a personas y hogares bajo su torrente. Esa misma fuerza implacable alcanzó su casa, donde el agua llegó hasta el techo. Su madre, afectada por el trauma, estaba siendo atendida por psicólogos de la Cruz Roja mientras vecinos y voluntarios ayudábamos a limpiar su garaje.

Muestra de como la marca del agua alcanzó los 2 metros en la calle, superando a un vecino llamado Jorge | Julián Villegas
Los relatos de quienes vivieron esta catástrofe ponen en perspectiva el alcance del desastre. Para quienes llegamos a ayudar el miércoles 6 de noviembre, Algemesí era un pueblo devastado. La lluvia del día anterior había inundado el paso subterráneo de entrada a la localidad, obligándonos a tomar rutas alternativas que exponían el desastre en su crudeza. Mientras nos dirigíamos al Pavelló 9 d’octubre, nuestro centro de operaciones, un hombre descalzo nos detuvo pidiendo botas de agua, un artículo más valioso que el oro en ese momento. Al mostrarle los materiales que llevábamos, rompió en llanto, agradeciendo entre sollozos lo que él describió como un gesto inimaginable.
En el centro del pueblo, nos establecimos en la zona del Carlín en la calle Albalat, la escena era desoladora: calles arrasadas, rostros marcados por la angustia y el dolor. Al abrir nuestra furgoneta cargada de ayuda, la desesperación se transformó en una estampida humana. La necesidad de artículos básicos —detergente, comida enlatada, botas— superaba cualquier expectativa. Algunos vecinos, conscientes del caos, pedían repartir con justicia: “Hay gente a la que se le podría caer el suelo de lo que ya tienen”, relataban. Otros, como una mujer mayor que no podía desplazarse, solicitaban con humildad lo básico. Cuando le entregamos lo que necesitaba, nos ofreció su hogar y su comida como agradecimiento.
La organización no era fácil. Decidimos trasladar los materiales a la casa de un vecino, Jorge, quien nos ayudó a redistribuir la ayuda de manera más controlada. Allí entendimos la magnitud de las necesidades: desde ropa limpia hasta alimentos no perecederos. Mientras recorríamos calles con un carro cargado de suministros, encontramos señales de auxilio por parte de las personas mayores: toallas blancas colgadas en los balcones.

Calle de Algemesí devastada por la Dana | Julián Villegas
En una de esas casas, una escena desgarradora: una mujer con cáncer y su esposo con Alzheimer nos recibieron entre lágrimas. Al entregarles productos básicos, su agradecimiento con su propio techo y ‘una cena calentita’ nos partió el alma. En su edificio, los vecinos habían dejado mensajes alentadores en las escaleras para que este hombre, con Alzheimer, no se perdiera, un pequeño gesto que reflejaba la resiliencia y el espíritu comunitario en medio de la adversidad.

Muestra de ayuda a la persona con Alzheimer | Julián Villegas
Los momentos más emotivos vinieron de los niños. Un juguete o una chuchería iluminaban sus rostros, pero era la reacción de los padres lo que dejaba sin palabras: gratitud silenciosa, miradas llenas de dolor y esperanza renovada. En esos instantes, más que maquinaria o manos, lo que los vecinos necesitaban era alguien que los escuchara.
Esta DANA ha sido un baño de realidad y humildad. La destrucción material es evidente, pero el daño emocional es igual de profundo. Sin embargo, lo más impactante es la solidaridad: la voluntad de recorrer cientos de kilómetros para ayudar a desconocidos. Cuando los vecinos entendían que veníamos de lejos para apoyar a sus familias, las lágrimas no tardaban en brotar.
Los vecinos afectados, coinciden y valoran el agradecimiento y la profunda valoración de la ayuda recibida. Cuando te preguntan de dónde vienes y comprenden que has cruzado miles de kilómetros, conduciendo una furgoneta cargada de apoyo para aliviar el sufrimiento de sus abuelos, sus hijos y sus nietos, es en ese instante cuando las lágrimas afloran. Y es en ese mismo momento cuando, a pesar de su dolor y vulnerabilidad, encuentran un consuelo, un rayo de esperanza que alienta sus corazones desgastados.

Como decía el gran Gabriel García Marquez, ser Periodista es tener privilegio de cambiar algo todos los días. Por eso estoy aquí para aprender y aportar lo máximo posible en mi etapa en EUSA. Mis gustos? Las cofradías, el fútbol y todo lo que se mueve en el mundo actual.
Con el privilegio de vivir en la mejor ciudad del mundo.