Opinión: Con Ayrton sonriendo

Fernando Alonso ha destrozado la abismal lejanía que tenía con su ídolo, algo que parecía inalcanzable para los mortales

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“Si ves un hueco y no vas a por él, no eres piloto de carreras”, sentenciaba el mayor talento que ha dado hasta nuestros días el automovilismo. Senna. Sempre Senna. Y es que, pasa en la vida, que todos tenemos un referente. Lo tenemos con la luz de lo que realizó alumbrando nuestro camino, pero vista desde una abismal lejanía. Ni que mencionar tiene que prevalece la imposibilidad en nuestro pensamiento cuando nos hablan de eso de alcanzarlo. En cuanto a dimensión o en cuanto a lo que le distingue como uno de los mejores. Hablamos de nosotros. De los simples mortales. Ahora, ¿y si hablamos de Fernando Alonso? ¿Es tan descabellado compararlos? No es mi propósito, pero ahí dejo la perla para quien quiera meterse en un debate tan bello. Aún así, Fernando, ‘El Nano’, ‘Magic’; tenía a Senna como ídolo, como faro y guía en cada giro que hacía con un volante y ayer, seguro que estaría en algún rincón de la curva cuatro viendo al español hacer magia.

Había un segundo de diferencia en rendimiento con el RedBull de Pérez, lo que delata que el Aston Martin era el tercer o cuarto coche de la parrilla. Tenía la dificultad de estar cerca de veinte vueltas aguantando con un cohete acechando su difusor trasero. El error de comparar con Imola 2005 vendría de la mano de las facilidades que se tienen hoy en día para adelantar: desde una herramienta tan útil como el DRS a la batería que ayuda a la propulsión. Un factor inequívoco es también la configuración del circuito. Mientras en Interlagos tienes dos zonas gigantescas de DRS, en el Autódromo Enzo e Dino Ferrari sólo hay una recta clara para abrirlo, es decir, hay más confluencia de curvas. Michael Schumacher, aquel día, sólo tuvo diferencia de neumáticos. Más frescura.

Alonso, haciendo esa barbaridad que todo el mundo vio, consiguió hacer lo que normalmente es un milagro: evadirnos de lo que rodea al gran circo y a nuestro gran circo, a nuestra vida. Acercarnos un poco a la esencia de las manos, de la habilidad. Es la belleza del virtuosismo, de la capacidad de sorprender en momentos en los que ni un cinco por ciento de la humanidad puede. Y eso se atribuye a los que forman parte del tan nombrado topicazo: los elegidos. Tan nombrado y usado como verdadero. Senna sonreía en ese microsegundo en el que una luz se incrustó en el trofeo que Fernando levantaba, se sentiría profundamente orgulloso de ver cómo otro mortal destrozaba toda la parrafada escrita por mi arriba: ha alcanzado la utopía de ser como su ídolo y sobre todo, de hacer lo que su ídolo hacia. Cuando Alonso pasaba a Checo, la media sonrisa se esbozaba en el cielo.

 

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