OPINIÓN: Y encogiéndose de alas

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Llegó. Se cicatrizan las heridas y se nos escapa entre los dedos como si de arena se tratara. Tu silueta es la única historia que sigue intacta pero a tus pies, muchacha, se nos escapa el alcanzarte.

Buscamos la mano alzada, portadora del cáliz de la inmortalidad con la mirada perdida, pero no hay tiempo. Siguen cayendo las hojas y no podemos hacer nada. Porque no sabes que nos depara ni en que lugar, ni con quien; nada. Tú y solo tú, eres el más profundo regidor de tu insaciable espera. No da si quiera, para buscar a los vencejos escondidos en las paredes de siempre, ni para estar donde estuviste aquel año, con ese sonido. No podemos ser capaces de recordar aquel olor ni aquel tacto que te cubría en el parasceve de aquella remota primavera. Cae por su propia inercia, como venga, como tú quieras que ocurra al compás de la rutina.

No importa dintel ni balcón, ni reja ni plaza donde cobrara sentido porque todo ello, se irá para alcanzar otra historia que se marque únicamente por cómo tú la escribas. La fotografía que guardabas con tanto anhelo se perderá tomada por el pulso de la esencia, de su paso. Volverá el brillo en los ojos, el beso en tu cuello y hasta el sueño porque todo, pasa. Para volver a volver; para volver a quedarse con una semana que te arrebate el corazón.  

Ser capaz de almacenar cada instante, se hace prácticamente imposible pero, en una agridulce instancia, el corazón vuelve a pararse para hacer de ese, el momento. Es difícil comprender que en cada esquina de cualquier calle hay una sensación, un recuerdo casi incomparable con ese “¡cielo!” que todos tenemos dentro. Añoras y sientes, pensando por donde andará, teniendo la fe por las nubes nunca mejor dicho. Por esa mirada que no volverá, por ese rincón donde todo se convirtió en una fantasía cuando al pasar, durante el año, sigues recordando que justo ahí, se recobró en ti la ilusión.

Se marchan cuarenta deseos que, frente a siete días sólo se salvan por la incertidumbre, por los nervios de algo pregonado ya con la conciencia, con la fuerza de la palabra. Por la necesidad de ese miedo, del saber que vendrá y aun así, no seamos capaces de imaginarla ni de distinguirla de otras tantas. Limpio, planchado, ensayado, comprado, montado y el más importante, ¡puestos!. Se hace el silencio en la muchedumbre; han llegado los querubines a la “rampla” del amor.

Es entonces muchacha, cuando vuelve a desvanecerse ante tus ojos otra eternidad. Intentar aguardarlo no es juego de niños y asumes, que debes dejarlo marchar. Son minutos, una vida entera marcada por lo efímero del sentir. Será entonces, el último beso en la despedida, el que cautive a los mismos ángeles; de allí arriba o de los que van tallados en la cuneta de tu bendito recuerdo. Y ese ángel que aguarda tus sueños, de esa trasera, de aquel sentimiento de un rincón de tu memoria, irá por siempre encogiéndose de alas ante una nueva primavera que a ciegas, tú de nuevo, revivirás. 

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