Opinión: La vuelta al cole que no se produce

La educación es el motor necesario que toda sociedad debe alimentar con el mejor combustible. La inversión productiva en su crecimiento en un imperativo ético que todas las sociedades tienen que tener integrado en su imaginario
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foto: google imagenes

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Hace un par de días asistí a  una conferencia ofrecida por Sabrina Burgos en el Centro de Estudios Universitarios EUSA (Sevilla). Es directora de Nuevas fronteras y Acción pública de Fe y Alegría y  educadora. Además trabaja a pie de calle con personas que viven situaciones difíciles, centrando su atención en el déficit educativo. Todo ello, en una tierra de conflicto armado como Colombia, donde aún quedan rescoldos del dolor que desde 1960 vive el país.

El panorama social es hostil y durante muchos años familias han tenido que emigrar hacia zonas más seguras para poder vivir en paz. El propósito de su trabajo es reforzar la educación como herramienta de socialización y fuente de esperanza. Todo ello, a través de la ONG “Entreculturas” de raíces jesuitas con el lema “Dejadnos aprender en paz” en la campaña #lasillaroja.

El ideal que sigue la campaña es acudir y apoyar la emergencia educativa que rodea al mundo, y reforzar la idea de “sobrevivir en lo hostil”. La complejidad de la cuestión humanitaria en Colombia vio reducida su intensidad con la firma de la Paz y del desarme en 2016. Aunque a pesar de este avance, todavía “falta mucho compromiso, se necesita mayor inversión y participación”, afirmó la invitada.

La educación viene a reducir la falta de oportunidades vitales de “224 millones de niños que no van a la escuela”. Las zonas donde se localiza la mayor radicalidad del problema educativo es África, donde el colectivo más vulnerable son las mujeres, sobre todo en situaciones forzosas, según relató Sabrina.

El propósito de Sabrina es alentar y acompañar a la sociedad civil en zonas dispersas gracias a la creación de escuelas donde son importantes el relato y la historia vivida por los protagonistas, con el objetivo de que no se repita el conflicto que los ha llevado a estar en esa situación. Un tributo a la memoria de  aquellos que, encarnan el conflicto desde la ausencia y el abandono, la falta de recursos y la amargura de la desesperanza que sólo encuentra la luz cuando prosperan proyectos.

Heridas que buscan ser suturadas con una dosis de esperanza para poder construir realidades alternativas que se emancipen de esas raíces corroídas por la violencia, la sangre y el amor por el conflicto. Es por ello que cada vez es más importante invertir en proyectos educativos de fines éticos. No sólo en zonas donde el conflicto esté instaurado como el baluarte de la existencia de la sociedad, sino en lugares donde esa categoría vital, no se encuentra tan viva.

La educación salva a la humanidad del desconcierto, cura el pasado con nuevas lentes. Es importante reconocer la extrema necesidad de educar empleando la vivencia y la palabra. Con estas palancas se puede dar vida a realidades opacas que están ocultas bajo el silencio deliberado de una sociedad cada vez más fría y banalizadora de aquellas circunstancias que no nos afectan directamente.

Educar en valores de tolerancia, respeto, cultivar la sensibilidad son complementos expresos y necesarios de una sociedad robotizada que prefiere pensar en la inteligencia artificial, que en los problemas y dramas reales.

Una de las alas de la paz ansiada es la educación, sobre todo, en materia de sensibilidad, haciendo como lo ha conseguido Sabrina: “Hacer de la escuela un lugar seguro” en lugares donde el conflicto es la realidad connatural a sus vidas.

La paz tiene un costo, pero el primer paso es la inversión en la educación. Con ella podremos alumbrar otros mundos, estimular la creencia en el progreso y en el cambio de aquellas sociedades que se encuentran ancladas al dolor perpetuo, y la violencia como cerrojos de otros mundos posibles.

 

 

 

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