La mutilación genital infantil también es violencia sexual

La mutilación genital femenina, denominada comúnmente como ablación genital, consiste en la amputación del clítoris y los órganos genitales femeninos de manera total o parcial con fines no médicos. Habitualmente, se realiza mediante una ceremonia que marca la transición de la niñez a la edad adulta. Pero, sin embargo, recientes informes revelan que en algunas de las zonas en las que se lleva a cabo, ahora la edad se sitúa entre los 0 y 15 años. De hecho, en muchos de los casos registrados las bebés ni siquiera alcanzan los 10 días de vida. Pero más allá de ser un problema de salud pública a escala mundial, lo que en realidad implica esta práctica es una forma extrema de violencia de género.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), sus orígenes no están claros y, de hecho, en los países que se practica no existe ningún texto sagrado que la respalde. Aunque históricamente se vincula con los países africanos, la realidad es que la mutilación genital femenina se impone a niñas con orígenes de lo más variados: desde ciertas regiones en Asia, hasta comunidades indígenas de América Latina. Y a pesar de que todo indica que esta costumbre tabú ocurre cada vez con menor frecuencia, la falta de datos impide analizar la verdadera magnitud del problema — que de hecho, se ve intensificado por las consecuencias del cambio climático, las crisis humanitarias, los conflictos y la inestabilidad económica —.
Asha Ismali, fundadora de la Asociación Save a Girl Save a Generation: “La finalidad de la mutilación es el control de la sexualidad de la mujer en todos los aspectos. Es un atentado contra la dignidad de la mujer, un tipo de violencia de género”
Un procedimiento comúnmente asociado a lo sociocultural
Los motivos se relacionan con cuestiones religiosas, culturales o sociológicas, y se pretende asegurar tanto la castidad, como el comportamiento sexualmente aceptable de la mujer tras el matrimonio — dado que en muchas comunidades existe la creencia de que una mujer mutilada tiene una baja libido, además de la capacidad de evitar sucumbir a relaciones sexuales extraconyugales —. Sin embargo, Asha Ismali, fundadora de la Asociación Save a Girl Save a Generation, apunta que la realidad es muy distinta y que los verdaderos motivos distan de ser religiosos: “La finalidad de la mutilación es el control de la sexualidad de la mujer en todos los aspectos, es un atentado contra la dignidad de la mujer, un tipo de violencia de género”. Es decir, que lo que se subyace es el afán por controlar a la figura femenina y perpetuar modelos de sociedades patriarcales.
Pero no se puede dejar de lado el elevado componente sociológico implícito en la ablación, ya que los riesgos de no someter a una niña a la mutilación genital pueden conllevar graves consecuencias para su familia dentro de la comunidad a la que pertenecen. Por ejemplo, la imposibilidad de casarla por ser rechazada, la negativa a la hora de percibir una herencia o incluso el ostracismo. Condicionantes que siguen perpetuando esta nociva práctica al tener en cuenta la insuficiente capacidad económica de las familias: uno de los argumentos en el que se respalda este rito y que permite su incuestionabilidad, siendo transmitido de generación en generación.
Implicaciones para la salud y falsos mitos
Otro de los falsos mitos que envuelven a la mutilación es paradójicamente la higiene. Y es que son muchos los colectivos que la asocian a un mayor grado de saneamiento. Lo cierto es que mutilar a una niña no sólo no conlleva ningún beneficio para el estado de salud; sino que, además, la escisión y lesión de tejido genital femenino sano interfiere en la fisiología del cuerpo. Es más, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), algunos de los síntomas asociados son hemorragias, infecciones urinarias crónicas, la transmisión del VIH, problemas vaginales y menstruales, complicaciones en el parto, septicemias e incluso la muerte. Por no mencionar trastornos psicológicos como el estrés postraumático, que puede persistir durante los siguientes años de vida y acompañar a las niñas hasta su edad adulta.
Sin embargo, la figura del ‘cortador’ no es la única en la comunidad que lleva a cabo estas actividades, ya que se estima que aproximadamente un tercio de las niñas sometidas a este proceso han sido intervenidas por profesionales de la salud. Y las extirpaciones, que se realizan sin anestesia y en condiciones insalubres — considerando que los utensilios que se emplean no se esterilizan —, ocasionan la muerte de más de 44.000 personas al año en el continente africano. De acuerdo con un reciente estudio llevado a cabo por la Universidad de Birmingham (Reino Unido), en países como Burkina Faso, Camerún, Egipto, Etiopía, Malí o Tanzania, la tasa de mortalidad de las niñas a las que se les ha practicado la mutilación se reduce hasta los 5 años en el 50% de los casos.

Mutilación genital femenina en África | ONG Movimiento por la Paz
Los países africanos acumulan una mayor incidencia
Este fenómeno, que según UNICEF se da principalmente en las regiones occidental, oriental y nororiental de África, ciertos países de Oriente Medio — como Irak o Yemen — y algunos Estados asiáticos — por ejemplo, Indonesia o Malasia —, varía su incidencia dependiendo de la zona. En el caso de Djibouti, Guinea o Somalia, más del 90% de las mujeres y niñas de entre 15 y 49 años han sufrido algún tipo de ablación genital. Pero a pesar de que la extirpación del clítoris afecta a niñas y mujeres en todo el globo, la escasez de estudios al respecto impide extraer conclusiones representativas sobre el verdadero número de personas afectadas.
A través del informe Más allá del hambre: Impactos de género en la crisis alimentaria, la ONG Plan International también destaca el importante papel que juega la inseguridad alimentaria; puesto que los “Estados frágiles” y al borde de la hambruna registran las mayores tasas de mutilación en el mundo. Ejemplos de ello son Somalia o Etiopía. En la práctica, dicho informe revela que “las causas y consecuencias de la inseguridad alimentaria están estrechamente vinculadas al género”, porque aquellos países con mayores dificultades para acceder a los alimentos son también los que presentan una desigualdad según sexo más notable. Y esto, a su vez, repercute directamente en la manera en la que las personas obtienen y gestionan los recursos disponibles. Actualmente, se estima que más de 50 millones de personas en el mundo se encuentran en el umbral de la hambruna.
Jaha Dukureh, activista y embajadora de ONU Mujeres en África: “Cada año, más de 600 millones de niñas en todo el mundo se ven obligadas a casarse contra su voluntad. Cuando se permite el matrimonio infantil, se da a un hombre el derecho de violar a una niña de manera continuada”
Una manifestación de la profundamente arraigada desigualdad de género
Estrella Giménez, fundadora de la Asociación Kirira, ha denunciado durante una entrevista concedida a la Agencia EFE la mutilación genital femenina como “violencia de género extrema” por colisionar contra los derechos sexuales y reproductivos de niñas y mujeres. Una problemática social que ilustra la realidad a la que se ven sometidas millones de menores de edad. En la misma línea, la ablación se relaciona directamente con el matrimonio infantil — que, por consiguiente, conduce a embarazos a edades más tempranas y, en última instancia, a un aumento en la tasa de mortalidad infantil —. Save The Children advierte que, en el mundo, “cada 7 segundos una niña menor de 15 años es obligada a casarse” y el número de enlaces matrimoniales precoces ha aumentado por primera vez en dos décadas. En palabras de Jaha Dukureh, activista y embajadora de ONU Mujeres en África: “Cada año, más de 600 millones de niñas en todo el mundo se ven obligadas a casarse contra su voluntad. Cuando se permite el matrimonio infantil, se da a un hombre el derecho de violar a una niña de manera continuada”.
Un largo camino hacia la libertad
Análogamente, combatir esta problemática se dificulta debido al acceso restringido a la educación de la población. Durante su intervención en el largometraje La manzana de Eva (2017), Mónica Batán, directora de la ONG Mundo Cooperante, afirma que “la educación para las niñas es poder, es la herramienta para que decidan y defiendan sus derechos como niña y como mujer”. Porque la protección a la infancia es responsabilidad de todos, y la alfabetización es un aspecto fundamental de cara a su completa erradicación.
Durante los últimos 25 años, diversos organismos internacionales han puesto en marcha iniciativas para acabar con esta práctica y penalizar a quienes la ejerzan. Sin ir más lejos, en 2021 la Comisión Europea (CE) volvió a reafirmar su compromiso para abolirla de manera definitiva y la calificó como “un delito y una violación de los derechos humanos”, desligitimando a aquellos que se amparan bajo motivos culturales para seguir desempeñándola. Y estas iniciativas están alineadas con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 5 de la Agenda 2030: “Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas”. Por tanto, se trata de una acción coordinada que precisa de la colaboración entre agentes locales y globales.
Tipificar estas prácticas como un delito — ya sea contra los derechos humanos, la integridad física, la salud, la infancia o los derechos de la mujer — es un gran avance. Pero son numerosos los autores que insisten en que la eficacia de las leyes que castigan la ablación depende esencialmente de su aplicación y de un seguimiento adecuado; puesto que en muchas zonas esto sigue ocurriendo en la clandestinidad. Por ejemplo, Mauritania: donde constituye un ejercicio ilegal desde 2005 pero, sin embargo, en algunas zonas del país africano el porcentaje de niñas mutiladas excede el 90%.
Cada año, unas 20.000 mujeres en riesgo de mutilación genital femenina buscan asilo en la Unión Europea (UE) huyendo de la brutalidad que las asedia en sus países de origen. Y a juzgar por las previsiones actuales, se estima que para 2030, alrededor de 68 millones de niñas en el mundo correrán el riesgo de ser mutiladas. Pero no en vano, merece la pena recordar que ninguna tradición es estática. Y fundamentalmente, aquellas que representan una flagrante violación de los derechos de las niñas y mujeres.

Estudiante de Periodismo, apasionada de los viajes y amante de las buenas historias