Opinión: Cenas de Novedad
La Navidad ha llegado. Lo supimos todos el día después de que terminara el Black Friday, del mismo modo en el que supimos de este el día después de que terminara Halloween. Y así con todas las fiestas. Pero no pasa nada, a quien no le guste la Navidad -o lo que queda de ella- puede esperar a San Valentín para disfrutar de lo que de verdad parece interesarnos de todas las fiestas, el consumismo.
La Navidad siempre ha sido -más allá de entrar en creencias religiosas- una fiesta de recogimiento y de familiaridad. Un refugio donde la calidez del hogar contrasta más que nunca con el temporal gélido tan característico en estas fechas. Un tiempo de reflexión y gratitud, de solidaridad y de empatía. Sin embargo, tengo la sensación de que -quizás sin querer, quizás queriendo- hemos ido olvidando las raíces de estas fiestas para convertirla en algo contrario a su naturaleza. Es decir, en una nueva excusa para seguir comprando cosas materiales que nos hagan sentir felices. Y precisamente nos alejamos cada vez más de serlo, porque seremos ricos en eso, pero muy pobres de espíritu y emoción.
Es cierto que las tradiciones cambian, pero lo que se ve y escucha estos días previos a la Navidad de un año tan crítico es, cuanto menos, solidario y empático. Y eso no tiene nada que ver con las tradiciones sino con el respeto. No terminaba el señor Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, de recitar la nueva retahíla de instrucciones -o restricciones en cualquier caso- cuando ya estábamos todos pensando en cómo dividirnos el grupo de amiguetes entre las mesas de las comidas navideñas. Y, sinceramente, resulta paradójico cómo los políticos -responsables de la ciudadanía- y los propios ciudadanos -responsables de no perder- continúan hablando de “salvar, al menos, la campaña de Navidad”. Ese “al menos” suena a “de perdidos, al río”, y la pérdida tan enorme que nos deja a las espaldas el 2020 no es para bromear.
Este año nuestro que ya toca fin nos deja imágenes peculiares: mascarillas, hospitales, azoteas y demasiada soledad de quienes más necesitaban nuestra ayuda. Tres meses encerrados y llega la Navidad para borrar estos recuerdos, darnos permiso para salir a seguir consumiendo y sentarnos forzosamente a las mesas, quizás más vacías. Más que cenas y comidas de Navidad, deberíamos llamarlas de Novedad. No porque llegue diciembre tenemos necesariamente que reunirnos a comer mil personas por la novedad de la Navidad. Y digo novedad, porque después tenemos todo el año para hacerlo y da la casualidad que ni siquiera hacemos el esfuerzo de encontrarnos. Pensábamos que la Navidad sería el nuevo salvoconducto para campar a nuestras anchas. Y quizás -desgraciadamente así se ha dictado- lo sea, pero todos sabemos en realidad, que no toda Navidad es sinónimo de celebración.
– Estudiante de Publicidad y RR.PP en Eusa.
– Escribiendo…