
Esta semana, concretamente el sábado, se cumplirán veinte años de uno de los asesinatos más miserables, y eso que la lista es larga, que perpetró ETA durante su medio siglo de actividad criminal: el de Ernest Lluch.
El que fuera ministro socialista de Sanidad en el primer Gobierno de González —su labor fue clave para la universalización del sistema sanitario público—, un firme defensor del diálogo para solucionar el conflicto etarra, fue ejecutado por dos tiros en la cabeza en el garaje de su casa. Menos de un año antes, en plena tregua de la banda, proclamaba en la Plaza de la Constitución de San Sebastián, ante un grupo de abertzales que le increpaban, su famoso “qué alegría ver como los que antes mataban, ahora solo gritan”.
Y es que una de las premisas que indefectiblemente siempre se le exigió a la izquierda abertzale era que las posturas políticas que siempre propusieron, la independencia de Euskadi —algo legítimo en democracia—, las defendieran utilizando como única arma la palabra. Esa parte, y es cierto, la han cumplido. Afortunadamente ya no matan. ¿Cuál es el problema entonces? Que jamás han hecho examen de conciencia.
La formación que ahora mismo materializa esa ideología, EH Bildu, a su vez integrada por otros cuatro partidos, es la misma que le mandaba un “abrazo” en verano a ese ejemplo de humanidad llamado Josu Ternera; es la misma que se escuda en esa cínica fórmula de “nosotros condenamos todas las violencias” para evitar referirse expresamente a los crímenes de ETA; y es la misma que recientemente, uno de sus componentes (Sortu), se ha referido a Iñaki Bilbao, otro ilustre asesino de socialistas (búsquese Juan Priede), como “preso político”. Al menos han tenido la gentileza de señalar que “no tiene ningún sentido” la huelga de hambre que este canalla está llevando a cabo como protesta.
Pues en esas resulta que, como anunció Pablo Iglesias, Bildu va convertirse en parte de la “dirección de Estado”. O sea, que los gudaris de Otegi, ese sujeto que “estaba en la playa” cuando mataron a Miguel Ángel Blanco pero que luego salió del agua para portar el féretro de uno de los asesinos del concejal vasco, van a ser los que marquen la línea del Ejecutivo, Presupuestos Generales del Estado incluidos; a pesar de que vienen a Madrid, como ellos se vanaglorian, a “tumbar el régimen”.
Pedro Sánchez, cuyo mayor enemigo no es “la ultraderecha” sino la hemeroteca, afirmaba rotundamente, hace cinco años en una entrevista a Navarra TV, que “con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo 5 veces o 20 durante la entrevista. Con Bildu no vamos a pactar”.
Un lustro después, los socialistas gobiernan en la Comunidad Foral gracias a su abstención, acordaron suprimir la reforma laboral del Partido Popular con ellos —luego se tuvieron que retractar— y ahora están a punto de aprobar las cuentas gracias, entre otros, a su apoyo. Y entre tanto, el mismo día que el propio Otegi anunciaba la efectividad de ese acuerdo, cinco etarras eran acercados a las prisiones del País Vasco. Qué cosas, ¿eh?
Mientras el acuerdo por las cuentas avanza, las voces críticas del PSOE —en Podemos va a ser más complicado encontrarlas tras las sucesivas purgas realizadas por Iglesias— con la normalización del Gobierno por pactar con Bildu se le acumulan al presidente.
Empezando por Emiliano García-Page (“lo de Bildu no tiene un pase”), pasando por Guillermo Fernández Vara (“ver a Otegui siendo clave para decidir los PGE del Estado que combatió un grupo terrorista me produce una sensación dolorosa”), siguiendo por Antonio Miguel Carmona (“cuando el PSOE aplaude y negocia con Bildu… es mucho menos PSOE”) y acabando por el más veterano, Alfonso Guerra, (“hacen un acuerdo con Bildu absolutamente despreciable”). No es de esperar que les haga demasiado caso.
Remarcaba Manuel Valls en una entrevista en El País, en junio de 2019, al ser preguntado sobre la posibilidad de que Ciudadanos pactara los presupuestos de la Junta de Andalucía con Vox, que “cuando entras en ese ciclo, en este proceso de discusión directa o indirecta, acabas ensuciándote las manos y de una cierta forma el alma”. No sabemos si al pactar con Bildu el presidente del Gobierno sentirá esa misma sensación de suciedad moral que Valls le echaba en cara a Rivera, aunque si al final ha conseguido dormir tranquilo teniendo a Pablo Iglesias y ministros de Podemos en su gabinete —otra que tiene en el historial— quizá tampoco le importe mucho.

Jefe de Opinión de EUSA News. Estudiante de Cuarto de Periodismo.