San Salvador, cadáver patrimonial

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En la Sierra de Aracena hay famosas y arcaicas construcciones que recogen, a pesar de las reformas sufridas a lo largo de los siglos, jirones de civilizaciones pasadas. Los vestigios, ruinas, que quedan y a día de hoy permanecen hacen de este paraje el lugar favorito del historiador, que puede deleitarse reconstruyendo pieza a pieza, como si de un rompecabezas se tratase, un relato de cómo los primeros pobladores llegaron a este lugar. Pero hay ruinas que se ignoran y, por tanto, relatos que no llegan a formarse.

Es un domingo especialmente caluroso a pesar de la proximidad de diciembre. El campo huele a estiércol, polvo y a las diez y media de la mañana el estridular de los insectos se escucha tan claramente como el rumor de los coches entrando y saliendo del pueblo de Puerto Moral, de 286 habitantes.

Es un pueblo de paso con más infraestructuras de las que cabría esperar de una localidad tan pequeña: dos bares, ultramarinos, biblioteca, colegio e incluso Casa de la Cultura. Rodeado de huertos y pequeñas fincas privadas, al norte se halla la de El Salvador, propiedad del ganadero Antonio Montero. “Viene de vez en cuando a echarle un vistazo a los animales, pero no creo que sepa nada de la ermita”, comenta Antonio Villa, cuidador de la finca. Él tampoco entiende por qué le preguntan por esa edificación ruinosa. Trata de desalentar diciendo que “allí no hay nada interesante”.

 

San Salvador

 

“Para llegar a la ermita, debes abrir las rejas o saltártelas e ir cuesta abajo. Hay un perro en la plaza de toros, no te acerques a él, y vacas y toros pastando; pero le diré a mi compañero que los retire un poco. Verás la ermita según bajes, sin techo, al final del camino”. Así indica Villa, poco convencido de la eficacia de sus explicaciones, cómo llegar a San Salvador. Sin embargo, si bien es cierto que las rejas están abiertas al paso y el destino muy cerca, el ganado pasta libremente a los alrededores e incluso hay veces en las que hay que evitar a los bovinos tumbados en mitad del camino. Al tener que tomar otras alternativas, la ruta se alarga ligeramente hasta 2 km aproximadamente.

La ermita de San Salvador se levanta sobre un camposanto paleocristiano y visigodo. Su fábrica actual es de mampostería ordinaria, con sillares en las esquinas que, según un estudio realizado por Huelva, nº4 –revista editada por la Excma. Diputación (1981)- seguramente se han reaprovechado  de una construcción anterior, como bien delatan los tegolas romanos y el pie de molino que se ven a simple vista. La portada se enmarca en pilares de ladrillo sobre basa, sin adornos, rudimentaria y antigua. 

Es difícil datar con exactitud su antigüedad, pero debió de erigirse con anterioridad a la invasión musulmana, pues poseyó un zócalo y friso con decoración visigoda (s. V-VII d.C.) y se han hallado restos cerámicos y óseos en la superficie datados de esa misma época. Este es un dato fundamental y define la importancia de la ermita y sus inmediaciones, dado que los restos que constatan la presencia de esta cultura en el Sur Peninsular son escasos. 

Llegando a la construcción, el visitante puede observar el cercado donde el dueño mantiene a los cerdos, que da a una de las paredes de la ermita. El suelo está humedecido, fangoso, pisoteado, lleno de heces y se ven tres cochinos dándose un baño de polvo desde la verja. Unos metros más allá está la entrada, tapada con un trozo de madera y hierro. Si se entra en la cerca de los cerdos en un día sombrío, se distingue sobre la uno de los sillares un grabado cuyo significado se ha desentrañado en esta visita: un “Ave María” junto a la cruz visigoda.

Rodolfo Recio, Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid, literato y antropólogo apunta a que hay tumbas en el lateral de la construcción. Si bien es cierto que hay una visigoda a la vista, el resto han quedado ocultas por un gigantesco matorral y maderos del desgraciado derrumbe que tuvo lugar hace tres años.

El valiente que se atreve a entrar en la construcción a pesar del deplorable estado de las paredes se encontrará con sacos de arpillería, botes de plástico, fragmentos de cobre, gomas y nidos de golondrinas, ahora sin habitar. Hay grandes trozos de madera que atraviesan la nave de la ermita, además de ramas y varas de hierro. A la derecha de la entrada hay un nicho vacío, a la izquierda una escalera de madera y una valla de hierro azul descolorida. Entre los entendidos se especula que puedan haber restos medievales bajo el suelo de la edificación, invisible debido al desorden.

En el techo se ven los arcos transversales de un primitivo estilo ojival hechos de rosca de ladrillo que se construyeron originalmente y el arco de medio punto impostado, añadido en el s. XVII, durante La Reconquista (722 d.C.- 1492 d.C.), posiblemente un tosco intento de cubrir un derrumbe en la época.

A día de hoy el techo se ha caído, los arcos están a punto de ceder y los muros presentan grietas terribles. Se observa al fondo de la ermita un muro de mampostería donde debería estar ubicado el ábside. Ignacio Garzón, geólogo, aficionado y referente de la Historia local comenta a tal extrañeza que “probablemente nunca se llegó a construir”. Este lugar albergó una vez a su propio santo, pero a día de hoy se encuentra en la iglesia de San Pedro y San Pablo en Puerto Moral junto a otras reliquias locales.

Los restos hallados podrían tener relación con la losa sepulcral paleocristiana de Hinojales, dice Rodolfo Recio, quien también se encargó de entregar los vestigios de San Salvador al Museo Provincial.

 

Cadáveres patrimoniales

 

Tras explorar esta zona tan cargada de Historia -sí, con mayúsculas- uno no puede evitar preguntarse por qué se encuentra en un estado tan deplorable. La respuesta es tan simple como la ignorancia. La agresiva ignorancia que lleva a una vecina del pueblo a limpiar los cuadros de la iglesia con lejía o poner bastos sellos en las tumbas de la necrópolis en el yacimiento arqueológico de Castañuelo, que no se ha terminado de explorar pero sí se ha expoliado por completo. El deterioro de este patrimonio cultural pone en peligro vestigios valiosísimos para la historia de la comarca. Antonio Fajardo, geógrafo de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche declara en El País que “resulta inexplicable que la Consejería de Cultura haya demostrado mucho más interés por proteger el Toro de Osborne que algunas de estas joyas”. Y es que la Sierra de Aracena es la comarca andaluza con mayor densidad de conjuntos históricos, con 13 de los 108 ya declarados o en trámite de declaración en toda la comunidad autónoma.

El camino de vuelta a Puerto Moral lo ameniza el dueño de la finca, que vuelve de una sesión de caza con su sobrina, Lucía. Antonio la pisa poco, es toda una ocasión poder conocerlo. Un poco perdido, se extraña de encontrar a gente visitando las ruinas. Dice que uno de los requisitos que tuvo que aceptar del anterior dueño, Ignacio Huelva, al comprar las tierras fue “no tocar” la ermita. Cuando se le dice que posee en sus tierras uno de los vestigios arquitectónicos más antiguos de toda la Sierra de Aracena se ríe, incrédulo, hasta que se le señala la tumba visigoda más a la vista, bajo la puerta de una valla. Tanto él como la sobrina ignoraban el dato. A partir de ahora se fijarán mejor por dónde pisan, dicen.

Durante el trayecto el coche, se le pregunta qué opina de las circunstancias de ‘San Salvador’ y declara que “es una lástima” que no se hayan puesto más medios para proteger un patrimonio que ahora se le antoja “importante”. Afirma que está dispuesto a hablar con el Ayuntamiento de Puerto Moral para permitir la  entrada a los obreros si desean “rehabilitarla y estudiarla” siempre y cuando se respeten dos preceptos: dejar siempre las verjas cerradas y no molestar a los animales.

Para el coche delante de la iglesia de San Pedro y San Pablo en Puerto Moral y baja para despedirse con un apretón de manos y un número de teléfono. Es parco en palabras, pero tampoco es necesario decir más: su sobrina se despide con energía suficiente por los dos. Cuando el ruido del motor se aleja, traqueteando por las estrechas calles de piedra, es inevitable dirigir la mirada a la iglesia; entrar, incluso, en busca del santo que podría haber estado en su ermita de origen si se hubiera puesto más interés en conservarla.

A la pregunta de cuánto aguantará la ermita en pie, nadie duda al respecto: cederá en  cuanto vuelva a llover.

 
 
 

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