OPINIÓN: Cuando ellas salen a la calle
Cuando una chica de dieciocho años a la que han violado tiene que entrar a un Juzgado para que un abogado desacredite su comportamiento, aparentemente “normal”, tras haber sufrido una experiencia traumática para amparar a “esa” Manada, se entiende que hay algo realmente repulsivo en la sociedad en la que vivimos.
Pamplona. Sanfermines 2016. Una joven de dieciocho años termina presuntamente violada por cinco hombres que ahora afirman que el acto fue “consentido 100%” tras haberla dejado sola, desvestida e incomunicada -hay que recordar que uno de ellos le robó el móvil-. Ella denuncia. A ellos les condena la sociedad antes de llegar a juicio. Comienza a desatarse la guerra entre los que defienden que la culpa es de la chica por haberse quedado sola con ellos, por suelta; y las que afirman que ninguna agresión sexual, sin importar las circunstancias, está justificada.
La estrategia del abogado de la defensa es inquietante. Afirma que el hecho de que utilice las redes sociales y, en general, exceda “con mucho la vida normal y mucho más en alguien que ha sufrido una supuesta agresión” indica que la joven miente. ¿Es que las víctimas de violencia machista deben quedarse encerradas en sus casas para siempre tras la agresión?, ¿deben ir con una lágrima siempre en el ojo cuando anden por la calle?, ¿deben vivir con el estigma en la frente?, ¿tienen la obligación encogerse ante la visión de un hombre? Parece que es la posición que sostiene el letrado, descalificando además los informes de la Policía que atendió a la chica en un primer momento por estar, presuntamente, “lleno de interpretaciones subjetivas”.
Es una posición que muchos defienden también en las redes sociales, en las que se leen comentarios culpabilizando a la víctima: “no debería haber ido sola”, “a quién se le ocurre salir por la noche sola”. ¿No tienen derecho las mujeres de ir solas a donde quieran? ¿No tienen las mujeres derecho a salir a la calle por la noche? Se enseña a las chicas a tener miedo, a sentirse culpables si pasa algo cuando ellas llevaban la falda demasiado corta, a temer que vengan a agredirlas, porque ya existe la idea subyacente de que son posibles víctimas de agresiones sexuales. Y, sin embargo, ¿Qué joven no ha escuchado eso alguna vez que “eso son paranoias suyas”?
Y cuando una sale a la calle a divertirse, a disfrutar de su independencia y su libertad, resulta que vienen cinco, la empujan a un portal, la desvisten y la violan.
Y es que cuando una chica de dieciocho años dice que la han violado, la sociedad pide la cabeza del agresor; pero no se mira al espejo, no se identifica con el problema ni observa lo cruel y aterradora que resulta que un abogado defensor elabore que “a una chica de dieciocho años la dejan sin móvil y la deja vacía” o en otras palabras, que denuncia por despecho; o que el hecho de tratar de reconstruir su vida, de volver a la normalidad tras un suceso traumático, sea indicativo de que toda su historia es producto de una denuncia “forzada” por las circunstancias.
Cuando una chica de dieciocho años sale a la calle, la sociedad se pone en guardia y la auténtica manada, defiende.