Las series de televisión tienden a revelar mucho de la sociedad que las crea. Las ficciones son el reflejo del pasado, presente y el futuro de su país; de las esperanzas, los sueños y los miedos más profundos que hay encajados en el ideario colectivo. El deber de los creadores es convertir estas circunstancias en ideas y darles formato.
En España parece que esas esperanzas y sueños quedan completamente eclipsados por los terrores de la guerra, el machismo, la homofobia, la sangre, los celos y el odio. Todo ello camuflado alrededor de una bonita y típica historia de amor a la española, donde él suele ser el apuesto heredero -o estar en una situación privilegiada económicamente- y ella viene de orígenes humildes y solo puede ascender en la escala social cuando se casa o con la ayuda de su contraparte masculino. Y, por supuesto, están los secundarios que crean los triángulos y cuadriláteros amorosos, las ex celosas, los terceros malotes/buenazos o el amigote que rebaja la carga dramática con su humor, generalmente, andaluz.
A lo que deben aspirar dichas ficciones es a los sueños de tecnología y progreso, pero continuamos girando la cabeza para desgranar un pasado ubicado en la Guerra Civil que ya se ha adaptado a decenas de series de sobremesa. Cientos de capítulos, tramas débiles y manidas y falta de originalidad en cuanto a contenido son las tres grandes infecciones que aquejan a los creadores españoles. Ya no hablemos de las series “más actuales“, que exploran las relaciones adolescentes o continúan sobando los argumentos que giran en torno a las drogas, la prostitución o la corrupción policial.
Mientras los americanos superan sus sueños húmedos de tópicos románticos y hormonas desenfrenadas para apostar por unos guiones más trabajados y destacada fotografía, los asiáticos afrontan la segunda revolución tecnológica con un humor muy propio y propuestas innovadoras.
Ambos países hablan en sus ficciones de los problemas que marcan la actualidad: como la igualdad entre sexos, a veces a través de distopías (The Handmaiden). It’s Ok, It’s Love ó My Mad Fat Diary tratan de personas con problemas de salud mental que intentan integrarse en una sociedad que los estigmatiza; la libertad, educación sexual y crítica social (The Big Mouth, Sense8) llegan pisando fuerte. Incluso hay series que se atreven a explorar los artefactos del futuro, como Black Mirror ó Ice Fantasy: Destiny: mesas computerizadas, tarjetas de visita electrónicas, timbres táctiles y personalizados, móviles elásticos y transparentes como los que ya se mostraban en la película de Will Smith After Earth. Destacan especialmente los cascos de realidad virtual que no solo sirven para adentrarse en videojuegos de corte fantástico, también para usos didácticos o terapéuticos, etc.
Frente a esta novedosa dinámica, España continúa estancada en un pasado de guerra, violencia y e intrigas palaciegas. Continuamos centrando nuestros esfuerzos en luchar contra una dictadura que ya debería estar enterrada, y no ser esos cazadores de ideologías zombis. Somos el país con el Síndrome de Peter Pan, atrapado en una eterna pubertad cuando todos los Estados que nos rodean ya crecen en la dinámica del progreso. Somos los que hoy disfrutan de la contemplación del morbo, el drama y el realismo; cuando fuimos la cuna de grandes y extravagantes vanguardistas en campos que atravesaban las barreras del Arte.
Hubo talento en España. Probablemente sigue habiéndolo, pero si tiene dos dedos de frente hace las maletas, le da un doloroso beso a sus padres prometiéndoles una llamada diaria por Skype y se marcha con sus maletas y sus sueños a un lugar que apueste por él. Por esos grandes actores que tienen que conformarse con una breve aparición para dejarle su espacio al actor del momento; a esas jóvenes empresarias que emigran a América o Suiza con su envidiable proyecto bajo el brazo porque en España se invierte muy poco en innovación -aunque este país siempre reclama ser la cuna de los que triunfan-; los ingenieros informáticos que solo tienen futuro en Alemania o los artistas, que últimamente tienden a resguardarse bajo las dulces alas de mecenas orientales.
¿Qué por qué digo que somos así si hay talento en España? Porque es la proyección que le damos al mundo a través de nuestros contenidos televisivos, muchos carentes de cultura y/o del concepto “infotaiment”(mezcla de información soft y entretenimiento). Ni siquiera nuestras series, ficciones, ponen de manifiesto el potencial que este país afirma poseer.