OPINIÓN: El día que ‘Pepa’ murió
“En la Ciudad de Cádiz”, a semejanza de veredicto de la gloria del Falla, una muchacha envuelta en harapos tras la destemplanza de Napoleón, se levantaba con la amanecía de la Tacita de Plata. Esta niña que acunaron la lealtad y la soberanía del pueblo, se hizo fuerte entre la gente y ella misma, como fuerza de astillero, se impuso allá donde pudiesen pagarse dos reales.
La mocita que paseara por el barrio de La Viña, no sabía que el latido estremecedor de los años rompería su única pasión; terra patria. Enfermó de borrones de tinta que dejaran mancha en su entresijo mientras escribían sus líneas con pétalos de Rosa. Y como la muchacha córpore insepulto que descansa en la cripta de la seo gaditana a falta de sacra comunión, reposaría con el paso del levante su nombre en las escolleras de la libertad. Sin embargo, mas si fuera poca la fe de la mujer en la muchedumbre, alguna que otra quiso alcanzarla.
La violaron, fue “non nata”. Siempre le quedaría la esperanza de encontrar a alguien que la quisiera como en un principio y así, se enamoró. A cortesía de Amodeo, se dotó de derechos que la colmaron de paz y de gloria, pero le fallaban las fuerzas haciendo “gala borbónica”. Se escondió entonces, en un recoveco de la bahía y con la influenza del polvo federal, esta niña resurgió de las cenizas, como el Ave Fénix.
“Calanovas”, originario de Lorca, comprendió su sentimiento llegando incluso a encapricharse de la joven a pesar del yugo impuesto de confesión que no dió lugar a conquista. Otra persona había de por medio y aunque fuera de realeza, no era la misma. Sus manos trabajadas y enfermas no hicieron que el brillo de su mirada cambiara pero, se desvanecía en manos de todo aquel que intentara acariciarla. Gozaba de carisma, de la ilusión de sus parientes, del piropo “bien echao” a una niña “gadita” mientras que ese mismo ánimo, rompería la figura de su sueño; el del principio, el de una carta otorgada que no dejó de ser un amor a su patria.
Durmió esta niña una treintena de años largos donde su único amor, sufrió bajo mano derecha en alza al compás de la metralla del contra credo. Y despertó a la transición; a la suya. Volvió esa niña a crecer por su barrio, a jugar por los callejones de la memoria y ser archivera de atardeceres en cada orilla de su pequeño pueblo.
No obstante, llegó a su fin. La libertad de su “gracia”, se sublevó al libertinaje. La decadencia social que deambulaba por sus calles, la corrompió hasta martirizarla. La tortura que escondía su piel, le fue desquebrajando al punto de estar escrita con sangre de víctimas que de una u otra forma, siguen sufriendo cada letra en sus entrañas. Francamente, no llego a entender si el pópulo enfervorizado cada 6 de diciembre, celebra su venida o proclama su muerte en más de un rincón por los que tú, muchacha, paseaste sonrisa dibujada en el semblante al grito de ¡Viva la Pepa!.
Y a desgracia de todos, murió. Incultos, ignorantes y paletos. Murió de pena. De la melancolía del nacionalismo que han matado unos pocos a tiros, a bombas, a sobres y a gritos consiguiendo que tú, ya no seas más que el nombre de una mujer gaditana. Está enterrada en la historia de su madre y créanme, nos haría mucha falta volver a quererla, protegerla y cumplirla.
Hay gente que dicen verla por las calles paseando airosa todavía pero, no hagan caso; sólo es cosa de fantasmas.