El 93 y Ramos, van de la mano
La noche del 23 de mayo de 2014, cuatro jóvenes marchaban desde Sevilla hasta Madrid, con una sola ilusión. Ese fin de semana, jugaba el equipo de Chamartin la final que todos esperaban ante el eterno rival. En el bus que nos llevaba a la capital española, no íbamos solos, también nos acompañaban aficionados que querían ser testigos del espectáculo que nos esperaba. Una ciudad rebosaba ambiente de fútbol por los cuatro costados.
Era la final de la Liga de Campeones. Aunque la cita era en Lisboa, nos informaron de que el Santiago Bernabéu iba a poner pantalla gigantes que permitieran que más de 80000 personas pudieran ver el partido en el estadio. Qué mejor regalo de cumpleaños para uno de los cuatro, en este caso para mí, que cumplir los “dos patitos” en un escenario ideal. Fui un afortunado realmente en poder haber estado ese fin de semana fuera de mi hábitat, para poder estar viendo al Real Madrid.
El único inconveniente que había era que teníamos que estar presentes en las taquillas para adquirir las entradas. De manera que, nos pusimos en contacto con un amigo que era amigo de uno de nosotros. Sin problema alguno, se trasladó al estadio para pedirnos las entradas. Eran las ocho y media de la mañana, del 24 de mayo, Madrid iluminada por el color azul del cielo, un frío anormal por las fechas en las que nos encontrábamos. Casualidades de la vida, supimos el día de antes, que el primo de un chaval con el que íbamos tenía un piso a 10 minutos del templo madridista. Si no llega a ser por esa fortuna que tuvimos, la estancia en Madrid habría cambiado mucho. A 10 minutos del Bernabéu, en la Avenida Alberto Alcocer, descansamos en un piso después de haber dado vueltas y vueltas por una zona por la que nunca habíamos paseado.
Desde las 9 de la mañana, hora en la que nos dispusimos a reposar nuestras pesadas piernas, hasta las 12 logramos mitigar cualquier tipo de malestar tras ocho horas interminables en un autobús. Ahora sí, sabíamos que desde el mediodía, hasta al día siguiente no íbamos a estar tan cómodos como esa fase rem de pocas horas. Como bien decíamos los cuatro, esa experiencia solo se viviría una vez y ya habría tiempo de descansar. Cuando los cuatro estábamos preparados, salimos a respirar ambiente futbolístico por las calles madrileñas. En primer lugar, nos pasamos por el estadio,
donde la publicidad de un diario deportivo de tirada nacional, regalaba artículos con motivo del día en el que nos encontrábamos.
A continuación, nos trasladamos vía Metro de Madrid, a Gran Vía donde nos esperaban los amigos de nuestro amigo para ver a la gente que merodeaba por el centro de la capital. Muy animadas las calles de la capital horas previas al comienzo de la movilización al Bernabeu. Y es que después de acudir al Burguer, pusimos rumbo hacia el Bernabeu donde a partir de las cuatro de la tarde, los aficionados al Real Madrid se reunían en la avenida Concha Espina.
Conforme iba pasando la tarde, el tumulto de gente que se aproximaba por los aledaños del estadio era aún mayor. Para que la tarde fuera más amena llegamos a la conclusión de que lo mejor sería comprar algún refrigerio y pipas para amenizar más aún si cabe la tarde. Cánticos, saltos, alcohol, bengalas, ilusión y nervios. Todo ello describía la situación que existía en ese momento. En algunos momentos de la tarde nos quedábamos asombrados por el tirón que tenía en la masa de gente que había allí, un conjunto de aficionados con simbologías afines a la derecha. En cuanto vimos en nuestros relojes que marcaban las ocho de la tarde, nos movimos de manera que anduvimos hasta dar con la puerta por la que debíamos acceder. Cuando todo los que íbamos a ver el encuentro estábamos juntos, entramos al lugar que llevábamos esperando estar desde esa noche del 23 a las doce de la noche en el bus. El estadio era un griterío constante, parecía como si se estuviera jugando allí la final, tomamos asiento hasta que el juez del encuentro diera el pitido inicial que significaría entrar en una disyuntiva: ver el partido de pie o directamente quedarme sin uñas.
En cuanto llegamos al minuto 90, todo hacía presagiar que perderíamos la final que todo “merengue” estaba esperando. Las piernas nos temblaban y nos abrazábamos deseándonos suerte en los últimos minutos. Nadie pensaba, excepto yo, que algo ocurriría hasta ese minuto 93. Un córner, era la última ocasión que nos haría soñar, y efectivamente después de tanto sufrimiento, la cabeza de un camero nos llevó al clímax.
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Lloros de emoción y gritos por todo el estadio que nos dejaba tranquilos, hasta el momento. Cuando acabó la segunda parte de la prórroga y el marcador refleja ese 4-1 esperamos a que entregaran la Copa de Campeones a Iker para celebrar por fin que conseguimos la Décima. Salimos del Bernabeu y en 20 minutos vimos a la diosa Cibeles. La que después de seis horas tendría menos frío. Los Iker Casillas y Sergio Ramos le adornarían con una bufanda que simbolizaba que los blancos habían conseguido un título más.
Desde las 00:00 horas hasta las 6 de la mañana esperando a los jugadores. Eran las seis menos cuarto cuando en un autobús descapotable llegaban los artífices de una de las hazañas que tanta repercusión iba a tener en las pieles de aquellos que sienten ese escudo.
Después de haber estado sentados durante 6 horas, lo más normal es que los jugadores se queden un buen rato junto a su afición que les ha apoyado desde Madrid. Se quedaron quince minutos. Los jugadores hablaron, mejor dicho balbucearon, porque la vuelta a Madrid desde Lisboa, les dió para algunos a hidratarse para recuperar el agua perdida. Algunos se hidrataron demasíe. El día se cerró ahí. El día siguiente tendría más momentos que guardamos cada uno en nuestra retina. A las ocho citaron a todos los madridistas en el Bernabeu para presenciar cómo ofrecían al público el título conseguido. Con todas las luces apagadas y los flashes iluminando el estadio, el speaker presentaría a cada jugador, de ahí, hasta el entrenador.