El espectacular pasado bélico de un viñedo tranquilo
La histórica Vía de la Plata, a su paso por Extremadura, aún guarda secretos reservados a viajeros observadores. Donde hoy encontramos un bello pero anodino viñedo con un decrépito edificio que bien nos pudiera parecer un cortijo abandonado más, antaño fue el escenario de las mayores aventuras que puedan recordar los habitantes de la zona.
En el kilómetro 692 de la Nacional 630, en el término municipal de Calzadilla de los Barros, en el sur de Badajoz, hallaremos los restos de un aeródromo militar que en la Guerra Civil Española alteró la tranquilidad de este pequeño pueblo que por aquel entonces contaba con poco más de 1500 almas.
El conjunto militar aún conserva dos construcciones en pie: el edificio principal majestuosamente coronado por una torre de control a dos pisos de altura y un edificio anexo, más pequeño, que hacía las veces de armería y puesto de vigilancia. Sin embargo, no quedan restos de las pistas de despegue y aterrizaje, su lugar en la planicie hoy es ocupado por viñedos y la moderna autovía A-66.
El acceso a la edificación principal está parcialmente cubierto por plantas enredaderas que otorgan a esta entrada un aspecto idílico y poético que contrasta con la sordidez del interior de la construcción. Dentro, en el ala derecha, una escalera nos permite subir la torre del edificio desde donde, en otra época, se controlaba el ir y venir de los aviones bombarderos usados para hostigar a las tropas republicanas situadas en La Serena, entre otras misiones.
Las vistas que conseguimos desde este minarete nos invitan a imaginar, donde hoy reina la quietud y la calma, el trasiego de las máquinas de guerra voladoras tipo Junkers 86 y Heinkel 70.
Las chimeneas de las estancias vivideras aún ennegrecidas por el hollín, las botas militares que descansan como derrotadas entre polvo y escombros de los falsos techos que no han aguantado el paso del tiempo, los sacos que aún conservan estampado el lema `Una, grande y libre´ etc nos ayudan a imaginar la vida que albergó aquel lugar que hoy pisamos con celo mientras examinamos las estancias con asombro sintiéndonos intrusos.
“¡Con lo tranquilos que podríamos haber estado nosotros en esta guerra y nos tuvieron que poner aquí el aeropuerto!” Así recuerda Cayetano Rojas, un vecino de Calzadilla de 88 años, los lamentos de su padre en aquellos tiempos. Cayetano, que era un niño de 10 años cuando el aeródromo alcanzó su máxima actividad, rememora cómo saludaban afablemente a los pilotos cuando estos sobrevolaban sus casas y campos de labores cargados de bombas de camino al frente de batalla. El aeródromo o campo de vuelo, como algunos lo llaman, marcó su vida diaria en aquellos agitados años 30.
Las historias de amor surgidas entre militares y vecinas del pueblo o la celebración de fiestas a las que asistían tanto personal de la base como civiles del pueblo, ponen de manifiesto el vínculo entre los dos mundos.
Las anécdotas y peripecias, a las que los vecinos tuvieron que acostumbrarse, eran casi diarias. Cayetano cuenta como una vez un avión volvió del frente con el tren de aterrizaje dañado, ya que estaba descubierto y con las ruedas de caucho expuestas. El piloto sobrevoló la zona buscando el mejor lugar para lanzarse en paracaídas. Cuando éste tomó tierra, todos los niños corrieron al lugar para ayudarle, a pesar de las advertencias de sus padres de no acercarse.
Leopoldo Porras, era otro de esos niños. Este anciano de 90 años recuerda los camiones que llegaban con bombas al aeródromo para que luego, cada mañana, los bombarderos saliesen cargados con ellas a cumplir las misiones que el Comandante Antonio Rueda, al frente de la base, les encomendaba.
Tanto Cayetano como Leopoldo no fueron plenamente conscientes del horror que aquellos amigables pilotos, que ellos tenían como héroes, provocaban con sus bombas hasta que en los últimos compases del enfrentamiento militar, los proyectiles cayeron en localidades vecinas y pudieron oír el estruendo que causaban.
Los vecinos recuerdan que, tras estos intensos años de guerra, el lugar tardó más de un lustro en desmilitarizarse. Los explosivos fueron poco a poco retirados hasta recobrar la tranquilidad que siempre tuvo aquel llano paraje de cultivo.
Algunos habitantes del pueblo saben de otro lugar, desconocido para los forasteros, desde el que apreciar el aeródromo protagonista de esta historia. La llanura donde se sitúa el campo de aviación se encuentra resguardada por dos montes desde los cuáles se ejercían labores de vigilancia, orientación y señalización relacionadas con las instalaciones militares.
Para llegar a ese lugar tienen que dirigirse a la ermita de San Isidro de Calzadilla, que está a unos dos kilómetros del núcleo urbano. Esta capilla se encuentra a los pies de dos montes. En la cima de uno de ellos se puede observar una pequeña construcción llamada `Punto de mira´, que señala el punto más alto del entorno. A pesar de lo escarpado del terreno, es posible acceder a pie con facilidad. En la cumbre, junto al `punto de mira´, encontrarán las ruinas de una caseta de piedra donde un vigía hacía guardia para avisar de una posible incursión enemiga que amenazase la seguridad del aeródromo.
El paisaje desde este lugar es impresionante. A ambos lados extensas planicies de cultivo de colores ocres, cobrizos y aceitunados recrean nuestros sentidos. La soledad y aislamiento se disfrutan con despreocupación mientras se piensa en quien allí pasó horas de desasosiego y alerta cuando la paz no reinaba en estas tierras.
El pueblo de Calzadilla de los Barros, que actualmente cuenta con unos 800 habitantes, ofrece otros lugares dignos de visitar entre los que destaca la `Iglesia parroquial del Divino Salvador´ que alberga en su interior uno de los mayores tesoros del arte gótico-mudéjar que se conservan en Extremadura: su retablo del siglo XVI, declarado monumento histórico-artístico desde el año 1982.
Si quieren hospedarse en la zona pueden hacerlo en el mismo lugar donde se alojaron los altos mandos militares destinados al aeródromo, el Hotel-Balneario `El Raposo´, fundado en 1986.