Recientemente está habiendo muchos cambios en el mundo del martillo: Ceses, dimisiones y situaciones incómodas en la que los capataces y costaleros son los protagonistas. Son varias las hermandades que durante este año han decidido cambiar a sus capataces (algunas alegando motivos, otras no) o que han sido éstos quienes han decidido dejar de prestar sus servicios a una hermandad: El Buen Fin, Jesús Despojado, San Esteban, las Siete Palabras y otras que tienen problemas internos a los que no han sabido poner solución.
Para hablar sobre este asunto, hemos de remontarnos al origen de las cuadrillas de hermanos costaleros a principio de la década de los 70. Anteriormente a esta fecha, eran capataces profesionales los que, acompañados de su cuadrilla, sacaban los pasos a cambio de un salario. Estos costaleros solían ser trabajadores del muelle o del mercado que estaban acostumbrados a cargar grandes cantidades de peso a diario (condición importante ya que los pasos de antes pesaban más que los actuales debido a los materiales usados). Pero fue en el año 1973 cuando un grupo de hermanos de la cofradía de Los Estudiantes sacaron a sus titulares con la ilusión y las ganas que esto supone. A esta hermandad, paulatinamente se le fueron sumando todas a excepción de Santa Marta que es la única corporación que actualmente 'contrata' a asalariados. Hasta ahí todo bonito pero esto tiene un gran transfondo que las juntas de gobierno tienen en cuenta, y mucho, sobre todo en periodo de elecciones.
Cada paso suele estar portado por dos cuadrillas de hermanos costaleros, por lo que tenemos cuatro por hermandad, a excepción de las que sólo sacan un paso a la calle (2 cuadrillas) o las que sacan tres pasos (6 cuadrillas). Obviamente esto son sólo aproximaciones ya que no existe ninguna regla respecto a este tema. Hablamos de un colectivo que puede rondar las 300 personas, cifra a la que debería añadirse la de algunos familiares.
Cifra muy golosa para poder ganar las elecciones en una hermandad ya que, como en nuestra queridad democracia, no todas las personas con derecho a votar acuden a las urnas por lo que el poder de este colectivo se incrementa y no es la primera vez que una junta de gobierno gana por los votos de los costaleros.
Cuando la función de un costalero es más que la de 'aguantar los kilos', se abre un debate en la que al amiguismo y los intereses personales afloran y se olvida el sentido fundamental de una corporación de este tipo: El cristianismo.
Las obras sociales pasan a segundo plano cuando se abre un debate sobre si el capataz tal o cual está capacitado técnicamente para comandar un paso y se abre un mundo de empujones, intereses personales y apuñalamientos por tocar un martillo sin saber lo que es verdaderamente significa: Una representación de los valores cristianos en la calle.